"Si no podemos cambiar la naturaleza geofísica y geográfica de nuestro país, como es evidente, somos nosotros los que debemos aprehender esta realidad y llevar a cabo una ocupación del territorio que considere e integre desde el principio este determinismo natural. El progreso de un país como Chile y de su gente nunca será posible si ignora o desprecia las fuerzas de la naturaleza". Así lo expresó el Director del Departamento de Geografía de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Francisco Ferrando, frente los planes de reconstrucción y la interrogante de si consideran las condicioens de riesgos de la nueva geografía tras el terremoto.
Los terremotos además de producir daño al medio ambiente construido, así como modificaciones topográficas y cambios hidrológicos entre otros efectos, también producen alteraciones en la estabilidad de los relieves y fenómenos directos de movimientos en masa, tales como derrumbes y deslizamientos de tierra.
En este sentido, las cubiertas detríticas o de suelos de las laderas de los cerros, así como los afloramientos rocosos, suelen resultar afectados en términos de su equilibrio, principalmente por pérdida de cohesión interna, de compactación natural, de agrietamiento y pérdida de integridad, resultando con su estabilidad diferencialmente disminuida.
Es evidente que en múltiples sectores de cerros afectados por el reciente terremoto, han cambiado las condiciones de equilibrio de los materiales superficiales, y que muchos de ellos ya fueron a parar al interior de cauces o de quebradas.
Previendo la ocurrencia de replicas sísmicas y el próximo inicio de la temporada de lluvias en diversos sectores de las regiones afectadas, no cabe duda de la configuración de un nuevo escenario de amenazas o peligro con relación al probable desencadenamiento de movimientos en masa de diverso tipo: Muchas laderas han quedado susceptibles a desarrollar mecanismos de licuefacción y de deslizamientos de tierra, así como presentar desplomes de masas rocosas. Por otra parte, los organismos hidrológicos al registrar los primeros escurrimientos, o incrementos significativos de caudal producto de las primeras lluvias importantes, podrán desarrollar flujos detríticos o de lodo.
Ambos mecanismos, cuyas características destructivas son innegables, podrían estar dentro de poco afectando sectores donde la reconstrucción en parte ya se ha iniciado. Consecuentemente estaríamos construyendo situaciones de riesgo de no mediar las consideraciones técnicas y científicas pertinentes. Es decir, podríamos estar construyendo más desastres potenciales en vez de situaciones seguras para el habitar de la población que resultó afectada por el terremoto.
Dado este escenario probable y ante el anuncio de la actualización o realización de decenas de Planes Reguladores Comunales en las regiones afectadas, cabe preguntarse si en la determinación de los sectores a ser urbanizados o de los sitios en que están siendo y serán relocalizadas las familias que perdieron sus casas y bienes, se están considerando estudios y planes que contemplen las condiciones de riesgo que estarían enfrentando ante estas nuevas amenazas consecuencia del sismo sumadas a las que pueden derivarse de la ocurrencia de réplicas telúricas, lluvias y escurrimientos hídricos mayores.
Es claro que para que no tengamos nuevos desastres que lamentar, es absolutamente necesario evaluar las condiciones de riesgo frente a estos otros procesos, y generar planos orientados hacia un ordenamiento territorial que cautele el uso adecuado de este es base al establecimiento de unidades espaciales categorizadas en cuanto al nivel de amenaza que representan para acciones de urbanización o equipamiento infraestructural. En este contexto, el reconocimiento de cerros o laderas inestables y de cauces de quebradas con sobrecarga de sedimentos debería llevar a establecer las áreas inseguras para los nuevos asentamientos potenciales. No vaya a ser que por protegernos de nuevos tsunamis nos olvidemos de otros procesos naturales no sólo destructivos sino que bastante más frecuentes.
El que se recomiende no volver a construir en lugares sujetos a efectos de tsunamis podría significar el despoblamiento forzado de todos los sectores de costas bajas del país y, exagerando, de las infraestructuras portuarias. Es esta situación, la zonificación adecuada de los usos desde la línea de costa hacia el interior, junto con obras de protección o disipación de energía y diseños arquitectónicos tsunami-resistentes, es decir una ordenación del territorio, debería considerarse el punto de partida de las acciones post desastre y, por cierto estar incorporada en los nuevos planes reguladores ojalá efectivos.
Paralelamente, en la gestión del desastre y la recuperación de daños y efectos también debemos considerar los riesgos asociados a los movimientos en masa y las inundaciones como una forma de asegurar una reconstrucción perdurable en el tiempo, y que no nos lleve dentro de poco a nuevas situaciones que lamentar.
El que desafortunadamente un país como el nuestro, con su inquieta geografía, tenga que enfrentar frecuentemente las fuerzas de la naturaleza debería haber hecho escuela en todos los habitantes desde hace tiempo. Sin embargo, por otras razones (reñidas con la misma razón) volvemos a tropezar con la misma piedra. Si no podemos cambiar la naturaleza geofísica y geográfica de nuestro país, como es evidente, somos nosotros los que debemos aprehender esta realidad y llevar a cabo una ocupación del territorio que considere e integre desde el principio este determinismo natural. El progreso de un país como Chile y de su gente nunca será posible si ignora o desprecia las fuerzas de la naturaleza.
Los terremotos además de producir daño al medio ambiente construido, así como modificaciones topográficas y cambios hidrológicos entre otros efectos, también producen alteraciones en la estabilidad de los relieves y fenómenos directos de movimientos en masa, tales como derrumbes y deslizamientos de tierra.
En este sentido, las cubiertas detríticas o de suelos de las laderas de los cerros, así como los afloramientos rocosos, suelen resultar afectados en términos de su equilibrio, principalmente por pérdida de cohesión interna, de compactación natural, de agrietamiento y pérdida de integridad, resultando con su estabilidad diferencialmente disminuida.
Es evidente que en múltiples sectores de cerros afectados por el reciente terremoto, han cambiado las condiciones de equilibrio de los materiales superficiales, y que muchos de ellos ya fueron a parar al interior de cauces o de quebradas.
Previendo la ocurrencia de replicas sísmicas y el próximo inicio de la temporada de lluvias en diversos sectores de las regiones afectadas, no cabe duda de la configuración de un nuevo escenario de amenazas o peligro con relación al probable desencadenamiento de movimientos en masa de diverso tipo: Muchas laderas han quedado susceptibles a desarrollar mecanismos de licuefacción y de deslizamientos de tierra, así como presentar desplomes de masas rocosas. Por otra parte, los organismos hidrológicos al registrar los primeros escurrimientos, o incrementos significativos de caudal producto de las primeras lluvias importantes, podrán desarrollar flujos detríticos o de lodo.
Ambos mecanismos, cuyas características destructivas son innegables, podrían estar dentro de poco afectando sectores donde la reconstrucción en parte ya se ha iniciado. Consecuentemente estaríamos construyendo situaciones de riesgo de no mediar las consideraciones técnicas y científicas pertinentes. Es decir, podríamos estar construyendo más desastres potenciales en vez de situaciones seguras para el habitar de la población que resultó afectada por el terremoto.
Dado este escenario probable y ante el anuncio de la actualización o realización de decenas de Planes Reguladores Comunales en las regiones afectadas, cabe preguntarse si en la determinación de los sectores a ser urbanizados o de los sitios en que están siendo y serán relocalizadas las familias que perdieron sus casas y bienes, se están considerando estudios y planes que contemplen las condiciones de riesgo que estarían enfrentando ante estas nuevas amenazas consecuencia del sismo sumadas a las que pueden derivarse de la ocurrencia de réplicas telúricas, lluvias y escurrimientos hídricos mayores.
Es claro que para que no tengamos nuevos desastres que lamentar, es absolutamente necesario evaluar las condiciones de riesgo frente a estos otros procesos, y generar planos orientados hacia un ordenamiento territorial que cautele el uso adecuado de este es base al establecimiento de unidades espaciales categorizadas en cuanto al nivel de amenaza que representan para acciones de urbanización o equipamiento infraestructural. En este contexto, el reconocimiento de cerros o laderas inestables y de cauces de quebradas con sobrecarga de sedimentos debería llevar a establecer las áreas inseguras para los nuevos asentamientos potenciales. No vaya a ser que por protegernos de nuevos tsunamis nos olvidemos de otros procesos naturales no sólo destructivos sino que bastante más frecuentes.
El que se recomiende no volver a construir en lugares sujetos a efectos de tsunamis podría significar el despoblamiento forzado de todos los sectores de costas bajas del país y, exagerando, de las infraestructuras portuarias. Es esta situación, la zonificación adecuada de los usos desde la línea de costa hacia el interior, junto con obras de protección o disipación de energía y diseños arquitectónicos tsunami-resistentes, es decir una ordenación del territorio, debería considerarse el punto de partida de las acciones post desastre y, por cierto estar incorporada en los nuevos planes reguladores ojalá efectivos.
Paralelamente, en la gestión del desastre y la recuperación de daños y efectos también debemos considerar los riesgos asociados a los movimientos en masa y las inundaciones como una forma de asegurar una reconstrucción perdurable en el tiempo, y que no nos lleve dentro de poco a nuevas situaciones que lamentar.
El que desafortunadamente un país como el nuestro, con su inquieta geografía, tenga que enfrentar frecuentemente las fuerzas de la naturaleza debería haber hecho escuela en todos los habitantes desde hace tiempo. Sin embargo, por otras razones (reñidas con la misma razón) volvemos a tropezar con la misma piedra. Si no podemos cambiar la naturaleza geofísica y geográfica de nuestro país, como es evidente, somos nosotros los que debemos aprehender esta realidad y llevar a cabo una ocupación del territorio que considere e integre desde el principio este determinismo natural. El progreso de un país como Chile y de su gente nunca será posible si ignora o desprecia las fuerzas de la naturaleza.
Fuente: http://www.uchile.cl